Pocas veces nos paramos a pensar en lo mucho que determina nuestra existencia la familia, la parte del mundo y el momento social que nos han tocado al nacer.
Sea de forma positiva o negativa, nuestra infancia marca nuestra vida hasta que, en ocasiones, aprendemos a desaprender. En ese momento de nuestras vidas, asumimos que cosas que creemos firmemente solo son una convención, una declaración unilateral, en la que no hemos participado. Ponzoñas que debemos alejar de nuestra mente para hacer sitio a las verdades que nos alimenten de verdad.
A este árbol le tocó brotar sobre una dura piedra. Es el fruto de los vientos que soplaron antes de su nacimiento y sobre los que nada pudo hacer. Sin apenas sustento, se ha elevado lentamente, juntando fuerzas para seguir adelante cada día de su ya extinguida vida. Al fondo, otros árboles, quizá retoños de sus propias semillas, se alzan vigorosos en unas tierras fértiles y profundas.
Si observamos el viejo esqueleto que el frío ha doblegado, veremos cómo ha abierto sus ramas desde muy abajo, compartiendo su sombra, su única posesión, con todo aquel que se haya amparado bajo sus hojas. Desde cada uno de sus largos brazos ha sentido la espectacular laguna que se oculta tras las rocas. Una importante extensión de agua que solo pudo ver cuando ya había crecido lo suficiente para desaprender que todo en la vida era duro y seco.
La competencia por la luz ha forzado a los otros árboles a subir sin mirar nunca abajo. A pelearse con sus hermanos por un recurso tan gratuito como imprescindible. Luchan para alzarse hacia un cielo inalcanzable, separándose de sus raíces que sustentan, silenciosas, todo el peso de su soberbia. Todo lo importante es nuestras vidas es como la luz: aprendemos a saborearla en su ausencia, sumergidos en una ansiedad que os impide abrirnos a lo que nos rodea.
Quizá tenía razón Geoffrey Chaucer cuando escribió:
“Yo creo que la adversa fortuna ha sido más provechosa a la mayoría de los hombres que la próspera.”
Mientras siga brillando la esperanza intentaré seguir desaprendiendo y amparando del duro sol a los que me rodean en la medida que mis raíces lo permitan. En realidad nadie tiene mucho más que ofrecer… Las raíces de nuestro pasado limitan nuestros pasos aunque no lo sepamos, aunque intentemos alejarnos de ellas.
Hoy he subido una de esas fotos “sositas”, sin llamativos colores, incluso con algún problema técnico en las hojas que se movieron entre toma y toma (estoy desaprendiendo que todo ha de ser perfecto). Si has leído hasta aquí quiero enviarte un gran abrazo por profundizar en el texto. Si te apetece pon en los comentarios que estás desaprendiendo en estos momentos de tu vida. Espero que desaprendamos mucho y que la vida nos depare algunos momentos juntos.
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Laguna Negra (Soria )
20 mm a f/14. Dos tomas editadas con máscaras de luminosidad de 2,5 y 8 segundos.
Filtro polarizador para crear un degradado hacia los árboles, intentando que llamasen más la atención las raíces que el árbol.