A lo largo de los años, he tejido un compromiso con mi cámara para recordar el inicio de las estaciones. Creo que a estas alturas ya es un ritual de transformación que se renueva con cada ciclo.

Uno de los pasos más esperados de este baile es el encuentro con las anémonas, heraldos silenciosos de la primavera.

Son flores solitarias que emergen del suelo con tímida elegancia, se yerguen sobre tallos cortos, buscando la compañía de sus hermanas y el abrazo del agua de algún río cercano. Sutiles y delicadas, con un diámetro de apenas dos centímetros, sus pétalos se estremecen ante la brisa, mientras que sus hojas reflejan la luz con apasionada intensidad. Desenfocadas ofrecen unas formas que me cautivan cada vez que las veo.

Sin embargo, son sus estambres los que me cautivan con su textura. Son una masa de filamentos dorados que, a pesar de su diminuto tamaño, consiguen ser los protagonistas de la escena.

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A Capela (A Coruña)
105 macro a f/4 durante 1/100 s.
Panel Led lateral y trípode.