El invierno llegó hace meses, envolviendo la costa en una paleta de grises y azules profundos. Atrás quedaron los colores vibrantes de otras estaciones, pero la fotografía nos invita a descubrir una belleza diferente, escondida en la quietud del paisaje.

El aire, anómalamente cálido para febrero, penetra en mis pulmones mientras mis ojos se pierden en la inmensidad del mar, tras sorprenderse con la aparición de las primeras armerias.

Las olas se mecen incansables con un ritmo hipnótico. Unas pequeñas, tímidas, apenas se elevan de la superficie.

De vez en cuando llega otra más fuerte, más imponente y atisban todo lo que pueden el acantilado, antes de romper con estruendo. Aprovecho para disparar mi cámara y mejorar el contraste con el primer plano.

Es en estos paseos donde el contraste se convierte en magia. La calma y la furia, la luz y la sombra, la quietud y el movimiento. La vida misma, reflejada en el espejo del mar.

La fuerza de esta ola me hace pensar en que, incluso en la quietud del invierno, la vida está llena de sorpresas. De momentos inesperados que nos sacuden y nos hacen ver el mundo desde otra perspectiva. A veces son positivos y en otras ocasiones negativos, pero no siempre es fácil distinguirlos.

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Doniños – A Coruña