Hace ya unos años que no paseamos por las laderas y las agrestes cimas del PN de Aigües Tortes.
 
La última vez no tuvimos las mejores luces del atardecer, pero a pesar de las bajas temperaturas estaba la primavera muy bonita, con muchas flores asomando sus pétalos a un mundo desconocido, emocionadas y vestidas con sus mejores galas.
 
Subimos a varios lagos, creo que no vimos el azul del cielo en ningún momento, pero, a cambio, tampoco había demasiada gente. Apenas se escuchaba el lamento del agua, quejándose mientras bajaba, formando preciosas cascadas, de que antes todo era mejor, cuando estaba en las alturas en estado sólido.
 
Quizá al llegar al lago, en la quietud, comentó día a día, con el resto del lago, la inminente llegada de una nueva normalidad.
 
Quizá el sol volvió a aparecer en esas preciosas montañas y durante el largo verano evaporó una buena parte de ese agua milenaria.
 
Quizá ese agua esté viajando por el mundo, viendo todo desde una nueva perspectiva, sintiéndose libre, y se vuelva a quejar cuando descienda suavemente en forma de nieve en otra montaña.
 
Mientras, unos árboles vencidos por la fuerza del viento y del tiempo, repiten incansables a todo el que preste atención que
 
“La muerte sólo tiene importancia en la medida que nos hace reflexionar sobre el valor de la vida.” André Malraux.