A muchos fotógrafos de paisaje nos espanta un poco el verano. La gente llena la costa y los bosques están secos, esperando pacientemente las lluvias del otoño que los vestirán con sus mejores galas.
 
Pero es buena época para fotografía nocturna y para fotografiar insectos y flores.
 
Además, de vez en cuando, la niebla nos echa una mano y desdibuja los contornos del calor y nos refresca con su presencia. Aporta profundidad atmosférica, un cierto encanto y podemos incluir el sol en la composición sin que se queme.
 
Escucho muchas quejas en verano sobre las temperaturas excesivas, sobre la lluvia (cada vez más escasa), cuanto está nublado, del viento que no para… Pero apenas nadie dice nada de las preciosas nieblas que cubren nuestros acantilados a primera hora de la mañana o al anochecer.
 
Quizá sea por los motivos que apuntaba Ken Kesey en su obra “Alguien voló sobre el nido del cuco”:
 
“Nadie se queja de la niebla. Ahora ya sé por qué: aunque resulte molesta, permite hundirse en ella y sentirse seguro.”
 
Por mi parte, las echo en falta…